El lago más lujoso del Rajastán nos guarda una sorpresa: en realidad, está rodeado de pobreza. Está rodeado de la India. A pesar de sus palacios, sus mansiones y sus hoteles de 5 estrellas, en sus orillas encuentras su realidad. La realidad de sus gentes. Personas humildes que se acercan hasta sus sucias aguas a lavar, a lavarse, a disfrutar del baño o simplemente a ocupar los edificios abandonados en primera línea de flotación. Es el quiero y no puedo. Es el fui pero ya no soy. Es otra de las realidades de este mágico país.
Imagínate que te dicen que vas a ir a una ciudad que tiene el lago más espectacular y lujoso en cuanto a construcciones y servicios del Rajastán y cuando te acercas a la orilla una vaca, un toro, dos niños muy pobres, un hombre sin piernas y una anciana lavándose en unas aguas negras te dan la bienvenida. ¿Qué piensas?
Posiblemente que te has confundido de lugar. Pero no es así. Recuerda, estás en la India, y aquí todo puede pasar.
Las orillas del Lago Pichiola son antagónicas de su imagen general. Son India en estado puro. Con sus ghats, sus edificios derruidos y abandonados, sus animales sueltos, su basura, sus olores, sus excrementos… Todo unido en un lugar que intentaron que fuera otra cosa muy diferente pero que se quedaron a medio camino.
Nada más acercarte a la barca que te llevará a tu hotel de lujo o a visitar fluvialmente sus espectaculares palacios te intentarán timar 3 ó 4 veces, te querrán vender de todo, te pedirán limosna, te tendrás que apartar cuando venga la vaca de frente y no haya espacio para ti y para ella, sufrirás un par de arcadas por el olor, verás una pobreza ingente, varios amputados rendidos al cansancio de la vida y quizá a algún leproso. Mucha tela para llegar a tu cárcel de oro.
Pero esto es la India. Y por mucho que quieran venderte un oasis, para llegar a él hay que cruzar el desierto. Y en ocasiones, el desierto es más duro de lo que te puedes imaginar.